¡Oh Virgen Inmaculada, dulcísima Madre nuestra,
verdadera escala por donde pueden los pecadores
llegar al reino de Dios!
Mostraos tal en la conversión de este infeliz
que eficazmente encomendamos a vuestro patrocinio; iluminad su inteligencia con los rayos de luz divina
que proyecta vuestra Medalla,
para que conozca la vida peligrosa que arrastra,
la inmensa desventura en que vive alejado de Dios
y el terrible castigo que le espera; y, sobre todo,
dejad sentir vuestra influencia sobre su corazón
para que llore la ingratitud con que mira a Dios,
su Padre amoroso, a Jesús, su benéfico Redentor,